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Learn more about Oliver's story by reading our report, A Legacy of Injustice: The U.S. Criminalization of Migration. Our report provides an in-depth look at how the U.S. government has used entry and reentry prosecutions to violate the rights of people like Oliver – and many others – who are seeking asylum. 

Around two years ago, I left Honduras after gang members killed my father. They shot him many times, and I moved his body inside and off the street. I am still haunted by the image of his face and body from that day.  After his death, the gangs continued to threaten my family. I could not go to the police, they are directly connected to these gangs. We moved many times, trying to escape the threats – but each time they would find us and we would have to flee again. It’s hard to share my story, but I know it’s important that people know what happened to me. Thank you for listening today.

I left through Mexico, and I spent three months in Tijuana waiting and trying to request asylum in the United States. I spoke with immigration officials at the port of entry, but they wouldn’t allow me to enter lawfully. It was dangerous. I was suffering. Finally, I crossed the border outside of the port of entry. I was arrested by CBP, even though I tried to request asylum because of my fear about returning to Honduras. I told them I was fleeing, but I don’t think they even wrote down my response.

I was sent to U.S. Marshals custody and held at the GEO detention facility in San Diego (a private facility) waiting for my court date. I was there for a month and a half and I experienced racist treatment from the guards.

I was released on bond and attended each of my court dates in San Diego. At my final hearing in February of 2020, my charges were dismissed. But, as I left the courthouse, thinking I would not be detained after my charges were dropped, agents from the Department of Homeland Security took me into custody. I was re-arrested on the expedited removal order.

I was detained at a CBP holding facility for over a week, and then I was transferred to DHS and ICE custody at the Otay Mesa Detention Center in San Diego, California, just before the COVID-19 virus began spreading.

I suffered a lot of discrimination, from both the guards inside and the other people detained there. There is a lot of racism in Otay Mesa. I was there for four months, it’s hard to think about this time – I lost four months of my life there.

It was terrible. No one would tell us what was happing with the virus. I would get information from my friend; she would check the website and let me know how many people were infected. They wouldn’t give us masks. I made a mask out of my shirt to cover my face. When someone got sick, they didn’t give people medicine or medical attention. I was never tested for the virus. people died when I was there.

There were hunger strikes. Almost all of the sections of Otay Mesa went on hunger strike. They treated us like animals. What people experience there, I don’t wish that on anyone. It’s terrible. I tried to call my attorney during a strike so that she could share with the world what was happening – after that, I was punished and sent to solitary confinement. I suffered a lot. Thank god I didn’t get sick.

Finally, I was given a credible fear interview. My lawyer helped me with the process, but it was hard. I got through it, but I didn’t have a choice – I had to survive it. They didn’t ask for a lot of details about my case, they only asked me personal things. I finally got to go before an immigration judge to request asylum. When I was released, I had to pay a very high bond. I don’t understand why the charged me so much; I went to all of my court cases, I did everything they asked. Still, I had to pay 7 thousand dollars to immigration to release me, much more than the bond the federal court judge gave me for my criminal case.

It's unjust what happened to me, and it’s unfair that I have to continue to fight against deportation, I’m complying with all the laws of the United States.

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Hace unos dos años, me fui de Honduras después de que pandilleros mataron a mi padre. Le dispararon muchas veces, y yo necesitaba mover su cuerpo de la calle. Todavía me persigue la imagen de su rostro y su cuerpo de ese día. Después de su muerte, las pandillas continuaron amenazando a mi familia. No podía ir a la policía, porque la policía está conectada con esas pandillas. Nos movimos muchas veces, tratando de escapar de las amenazas, pero cada vez nos encontraban y teníamos que huir nuevamente. Es difícil compartir mi historia, pero sé que es importante que la gente sepa lo que me pasó. Gracias por escucharme.

Entre a México y me quede tres meses en Tijuana esperando e intentando pedir asilo en los Estados Unidos. Hablé con los funcionarios de inmigración en el puerto de entrada, pero no me permitieron ingresar legalmente. Aunque estaba sufriendo y fue peligroso crucé la frontera. Solo puede entrar poquito afuera del puerto de la entrada de los Estados Unidos cuando Aduanas y Protección de Fronteras de me arrestó. Yo traté de solicitar asilo por temor a regresar a Honduras. Les explique la razón porque estaba huyendo de mi país, pero no creo que hayan escrito mi respuesta.

Me recluyeron bajo la custodia de los mariscales de los Estados Unidos y me detuvieron en el centro de detención Geo en San Diego (un centro privado) esperando mi cita de la corte. Estuve allí durante un mes y medio. Durante mi estancia en el centro de detención experimenté un trato racista por parte de los guardias.

Fui liberado bajo fianza y asistí a cada una de mis citas judiciales en San Diego. En mi audiencia final en Febrero de 2020, mis cargos fueron desestimados. Yo pensé que no sería detenido después de que me retiraron los cargos. Yo pensé mal porque cuando sali del tribunal, agentes del Departamento de Seguridad Nacional me detuvieron. Fui arrestado nuevamente bajo la orden de eliminación acelerada.

Estuve detenido en un centro de detención de Aduanas y Protección de Fronteras de EE.UU durante más de una semana, y luego me transfirieron a la custodia de DHS e ICE en el Centro de Detención de Otay Mesa en San Diego, California, justo antes de que el virus COVID-19 comenzara a expandir.

Sufrí mucha discriminación, tanto de los guardias como las otras personas detenidas allí. Hay mucho racismo en Otay Mesa. Estuve allí durante cuatro meses, es difícil pensar de ese tiempo: perdí cuatro meses de mi vida allí.

Fue terrible. Nadie nos decía qué estaba pasando con el virus. Recibía información de mi amiga; ella miraba la información en la pagina del web y me informaba cuántas personas estaban infectadas. No nos dieron máscaras para protegernos. Hice una máscara con mi camisa para cubrirme la cara. Cuando alguien se enfermaba, no le daban medicamentos ni atención médica. Nunca me hicieron la prueba del virus. Hubo gente que murió cuando yo estuve allí.

Hubo huelgas de hambre. Casi todas las secciones de las celdas de Otay Mesa se declararon en huelga de hambre. Nos trataron como animales. Lo que la gente experimenta allí, no se lo deseo a nadie. Es terrible. Traté de llamar a mi abogada durante una huelga para que ella pudiera compartir con el mundo lo que estaba sucediendo; después de eso, fui castigado y enviado a confinamiento solitario. Yo sufri mucho. Gracias a Dios no me enfermé.

Finalmente, me dieron una entrevista. Mi abogada me ayudó con el proceso, pero fue difícil. Lo superé, pero no tuve otra opción: tuve que sobrevivir. No pidieron muchos detalles sobre mi caso, solo me pidieron cosas personales. Finalmente pude ir antes un juez de inmigración para solicitar asilo. Cuando fui liberado, tuve que pagar una fianza muy alta. No entiendo por qué me cobraron tanto; fui a todos mis casos judiciales, hice todo lo que me pidieron. Aún así, tuve que pagar 7 mil dólares a inmigración para liberarme, mucho más que la fianza que me otorgó el juez de la corte federal por mi caso penal.

Es injusto lo que me pasó, y es injusto que tenga que seguir luchando contra la deportación, estoy cumpliendo con todas las leyes de los Estados Unidos.